Me pondré al día, lo prometo. Empezaré con lo más triste para guardarme la ilusión de que al menos quedan buenas cosas que contar para otras entradas de este variopinto blog.
Hace unas semanas falleció mi abuelo materno tras largos meses de problemas de salud originados y seguidos de negligencias médicas, o al menos eso es lo único que mi frustración me permite asimilar. En sus últimos días de agonía lo trasladaron de terapia intensiva para una habitación donde estaría con su familia porque solo le quedaban un par de horas de vida… ese par de horas fueron casi cinco días que sobrevivió respirando por si solo, así fueron sus ganas de vivir.
Ay Capitán, porque mi abuelo fue capitán de la marina mercante (profesión a la que se dedicó desde sus 14 años), de no haber sido por los pocos meses que pasaste en mi casa mi dolor habría sido mayor por no haber compartido más contigo. Mi abuelo vivía en Maracaibo, ciudad en la que nací pero en la que nunca viví y a la que viajaba una o dos veces al año.
Es inevitable sentir que pude pasar más tiempo con él, que pude contarle más cosas de mi vida y mejor aun, escuchar más cosas de la suya. Es que hasta en silencio se aprendía de él, de su porte, su elegancia al hablar, comportarse y hasta escribir. Su foto debería aparecer en el diccionario junto a la definición de caballero.
Hoy me quedan tus recuerdos que atesoro junto a los consejos que siempre me dabas sobre cualquier cosa, también guardo esos versos que improvisabas al caminar por la casa solo para hacernos reír, suspirar o reflexionar.
Capitán, el barco queda en buenas manos y el timón siempre será guiado por las suyas
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